Antes de nada reconocer que, después de hablar de este tema con varias mujeres, he cambiado el título del artículo, y lo explico.
Mi visión inicial, imagino que filtrada por mi perspectiva de adulta y de amistad con algunas madres sufridoras, era la de esos hijos que se transforman en un problema para sus progenitores y a los que hay que «domesticar» (como diría Serrat), por lo cual había decidido titular como «adolescentes» en lugar de «adolescencia».
Pero las mujeres con las que he hablado me han hecho notar cómo, a raíz de los problemas que les han surgido con sus hijos en este período, se han vuelto a mirar hacia cómo eran ellas mismas a esa edad, y a ver puntos de coincidencia en determinadas actitudes de sus hijos y es que, cómo me dice Pilar, «hay que relativizar la etapa» y saber que es eso, una etapa, y pasará. Ella y otra mujeres me comentan que parte del problema es ser muy conscientes de los peligros y que eso las hace muy controladoras.
Sin embargo, Pilar me dice que está aprendiendo a ver que esto no es muy diferente a cuando te ponen por primera vez a tu hijo en brazos y no sabes qué hacer. Pero, mientras con la niñez la perspectiva suele ser positiva, tendemos a ver la adolescencia como algo difícil y catastrófico, cuando no entraña mayores dificultades que otras etapas. Simplemente los problemas son distintos pero los percibimos de una manera más amenazadora porque los chavales, al tener autonomía, escapan a nuestro control (o al que creemos tener).
Es curioso porque esta perspectiva me hizo recordar una conversación entre una mujer mayor y su hija hace unos años. Le comentaba la segunda las dificultades de relación con su propia hija adolescente. La respuesta de aquella madre sabia fue que no se preocupara porque eso le había ocurrido a ella misma con sus hijas a esa edad y que, con el tiempo, cambiaría. Personalmente he podido comprobar que ha sido así.
Sin embargo cualquiera pierde esa tranquila perspectiva cuando la relación familiar se deteriora mucho, con constantes peleas, el rendimiento académico se resiente, o en casos más extremos de conductas adictivas o problemas legales, con el consiguiente temor por el futuro de los hijos. En estos casos, y en cualquiera que nos preocupe, debemos saber que contamos con ayudas.
Pilar me comenta que ha sido muy importante el contacto con el instituto, tanto con el departamento de orientación, como con el tutor, y tanto para recibir consejo como para establecer acciones coordinadas entre la escuela y la casa.
Pero en cualquier caso la mayor dificultad suele ser que el adolescente suele resistirse a pedir ayuda. Muchas mujeres me comentan que, en ese caso, no hay que renunciar a pedir ayuda aunque sea para una misma y curiosamente coinciden en que, a partir de un cambio de actitud en ellas, se ha promovido una mejor relación con sus hijos y cambios positivos de conducta en éstos. Me comentan que, a parte de las individuales, les han venido muy bien las acciones terapéuticas en grupo, al hacerles ver otras mujeres perspectivas diferentes sobre sus reacciones ante actos de sus hijos y ver otros casos diferentes al suyo. Todas coinciden en que tienes que estar abierta a cambiar y a pensar que no todo lo que haces contribuye a mejorar las cosas. También una de ellas me comenta que tomar acciones hacia ti te hace no estar tan pendiente de ellos, lo cual agradecen ya que tendemos a poner el foco en los hijos y no en nosotras mismas y eso también les agobia.
Buscando una perspectiva más profesional he hablado con Sagrario Díaz Yubero, psicóloga escolar y psicoterapeuta. Desde su punto de vista, muchas veces los problemas de los hijos reflejan las propias crisis personales de sus padres, o incluso conflictos entre la pareja que ellos tratan de mantener unida convirtiéndose en el foco de atención. En ese sentido me comenta que, efectivamente, es importante que padres y madres miren su propio sentido de la vida. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que el adolescente esta construyendo su propia identidad y un proyecto de vida a parte de los padres y hacia su autonomía.
Para Sagrario el trabajo de padres y educadores consiste en potenciar que puedan decidir y apostar por algo propio, aunque no sea necesariamente lo que desean padres o educadores, y darles el adecuado grado de autonomía y apoyo en ese proceso.
Acciones como estas suelen llevar a ver al hijo, no ya como un enemigo, sino a intentar entender qué está queriendo decir con sus actos, ver cuales pueden ser a veces reflejo de nuestras propias actitudes vitales y, en ese sentido, aprender también de ellos.
Una mujer me comenta que, aunque como madres cuesta, hay que darse cuenta de que los hijos han de hacer su propia vida, encontrar su propio hueco y eso también es difícil. Tienen que encontrar su propio camino y, si se estrellan, tu no puedes hacer nada.
Una última observación. Veréis que apenas pongo en este artículo nombres particulares de mujeres. Salvo Pilar, con la que mantuve una larga e interesantísima conversación, he mantenido otras también intensas charlas con otras que han preferido que no aparecieran sus nombres. Sigue siendo un tema difícil para muchas de ellas y en el que aparecen implicadas terceras personas (no sólo hijos, sino pareja, resto de familia…). A todas ellas GRACIAS por compartir su experiencia y sabiduría conmigo y con vosotras.
Espero que este post les sirva a ellas y a otras para entender que son muchas y, como con otras MAREJADAS, esta también se puede superar.