El aumento de la esperanza de vida que se ha producido en los últimos años tiene, como todo, luces y sombras. Por una parte es estupendo poder disfrutar de más años nosotros mismos, así como de la oportunidad de tener a nuestros seres queridos más tiempo con nosotros. Pero esos años de más van limitando las capacidades de la persona y hacen que padres o abuelos acaben siendo dependientes de otros. Por la conformación de nuestra sociedad actual y nuestra propia educación, al final en muchísimas ocasiones ese cuidado recae en las mujeres.
Para abordar este tema me puse en contacto con Chon. Su madre, casi centenaria, ahora depende totalmente de sus hijas. Su enfoque, eminentemente práctico, me da pistas. Me cuenta simplemente que han ido asumiendo las necesidades progresivamente según se han ido presentando en función de las circunstancias, la última solicitar ayuda domiciliaria porque ya una persona sola no podía moverla. La pregunto si siempre han estado de acuerdo, y me cuenta que las tres hermanas sí. Desde hace unos años se trasladan durante un mes por turnos a casa de su madre porque prefieren no llevarla a una residencia. Tienen un hermano que no puede participar en las rotaciones pero que las apoya cuando le necesitan y asumen esta circunstancia. Su tono de voz es tranquilo. Me dice que lo llevan bien.
Cuando acabo de hablar con ella me doy cuenta de repente de que el 90 % de los problemas, o de lo que percibimos como problemas, se deben a nuestras emociones ante la situación. Por una parte nos cuesta asumir que nuestros mayores ya no son lo que eran y que un día, tarde o temprano , se irán (como lo haremos nosotros mismos). Por otro lado está el esfuerzo y la pérdida de nuestra propia independencia que su cuidado nos supone. Otro factor de conflictos es el hecho de que no siempre aceptan nuestro cuidado, o no de la manera en que pensamos que debemos dárselo, a parte de los que surgen ante el diferente grado de implicación de los miembros de la familia.
Hay un primer período en ese sentido en el que cuesta asumir que las personas ya no están al 100%, especialmente en el caso de que éstas hayan sido muy independientes o enérgicas. Una vez asumido esto, surge con este tipo de personas un problema adicional: intentamos que no hagan cosas y protegerlos de algún modo y obviamente no se dejan. Es lo que yo muchas veces bromeando llamo «Tercera edad indómita» y mi experiencia me dice que poco podemos hacer, salvo echarle infinita paciencia (si alguna ha conseguido domar a alguno, por favor que nos diga cómo). Solo nos queda asumir que no son niños, sino adultos que han estado tomando sus propias decisiones hasta hace nada y ponernos también en su lugar. ¿Qué pensaría yo si mi hij@ viniera ahora a decirme cómo tengo que ponerme el pantalón o caminar, muchas veces en tono de reprimenda? Yo me he dado cuenta de que, dentro de que muchas veces no son conscientes de que ya no pueden hacer ciertas cosas, tarde o temprano van asumiendo los cambios cuando se perciben necesarios para su propia seguridad. Hablo de bastones, botón de la teleasistencia, ayuda doméstica… a más de una os suena ¿verdad? Mi experiencia además es que las broncas continuas al final no valen para nada y encima, volviendo a lo emocional, nos hacen sentir mal, tanto a nosotras como a ellos.
Otra cosa es que esas pequeñas o grandes imprudencias nos afecten en el sentido de producir accidentes que hagan que se incremente la necesidad de ayuda. Ahí entramos en otro terreno que es hasta dónde podemos llegar. Creo que tenemos que ser honestas con nosotras mismas y ser tan conscientes de nuestras limitaciones como les pedimos a ellos que sean. Si no podemos asumir un cuidado de 24 horas tal vez debemos buscar la ayuda necesaria antes de hacernos daño nosotras, y siempre se puede encontrar, aunque a lo mejor no sea toda la que necesitamos. En mi caso sé que, si estoy agotada o renunciando a demasiadas cosas por asumir el cuidado, al final estoy también de mal humor y es desagradable para mí y también para ellos, que piensan que les percibes como una carga. Otras veces ellos no son conscientes o no les importa, pero nosotras sí debemos darnos cuenta de ello y, dentro de que estén debidamente cuidados, no «morir en el intento». ¿Cuántas personas conocéis que se han dejado la vida cuidando un familiar para acabar enfermando ellas mismas?
Nuria me cuenta el caso de su abuela. Debido a una demencia llegó un momento en que no podían dejarla sola en casa. Finalmente decidieron llevarla a una residencia. Me dice que, aunque les costó tomar la decisión, se dan cuenta de que fue mejor. En casa la hacían daño al meterla en el baño, por ejemplo, y también se hacían daño ellas. En su caso, rompe una lanza a favor de las residencias. Me dice literalmente «te libera de la logística, que no de la responsabilidad». Son una familia larga e iban prácticamente todos los días a verla. Como en el caso de Chon, no había problemas a la hora de ponerse de acuerdo.
Este suele ser uno de los motivos de mayor desasosiego. Malo es cuando la familia es corta y no se puede repartir la carga, pero cuando son muchos, a veces es peor. Unas veces porque la disponibilidad de unos y otros es diferente o simplemente porque cada uno piensa en soluciones distintas a los problemas. En mi caso llegué en un momento a la conclusión de que mi solución no tiene por qué ser mejor que la de mis hermanos y que, eso sí, tampoco eso puede impedirme hacer cosas que yo quiera hacer por mí de cara a ellos. A veces la percepción del problema y las necesidades por parte de cada uno son diferentes. En caso de que se perciba que el reparto es injusto, si no se les puede hacer ver, lo único que te queda es asumirlo y adaptarte a ello. Me ha sorprendido en ese sentido la actitud de Chon respecto a su hermano. No les supone un problema pensar que él no puede asumir el mismo grado de implicación que ellas. Simplemente lo asumen y aceptan la ayuda que les puede dar. Ella me apunta otro tema importante: tienen suerte de que sus propias familias las apoyen y acepten el tener que trasladarse a casa de su madre cada tres meses. No ocurre siempre.
Echando la vista atrás mi reflexión es que, por encima de que estén atendidos físicamente, lo que fundamentalmente necesitan y buscan es nuestro cariño y atención y nosotros compartir con ellos esos momentos porque, desgraciadamente, serán ya escasos. Si la preocupación por su bienestar físico es mayor que esto y las rencillas entre familiares o el cansancio y la angustia no nos permiten disfrutarlos, deberíamos pensar si merece la pena o nos estamos perdiendo algo. Os digo por experiencia que pueden ser momentos preciosos.