El pequeño auditorio está repleto cuando entra Joaquina Fernández. Lleva un estiloso impermeable verde que le quita con sumo cuidado Jon, uno de sus colaboradores. Desprovista de esta capa aparece su cuerpo, menudo pero no frágil, juvenil en un vestido de gran colorido, rematado por una rebequita mostaza. Al observarla, mientras prueban el sonido, no puedo evitar pensar en ella frente a su armario, eligiendo con gran atención su vestimenta para el acto de hoy. Joaquina es experta en muchas cosas, pero a ella le gusta especialmente la comunicación no verbal, así que ese proceso que yo imagino frente a su ropa, no tiene nada de frívolo, recoge toda la intelectualidad de una mujer que conoce la importancia de los detalles.
Nos saluda amable, muy amable y cuando sonrie, se ve en ella a la niña Joaquina, Tras unas breves palabras su rostro cobra una seriedad que la devuelve a la edad madura cuando nos anuncia que va a dar las claves para que valoremos y conservemos nuestras relaciones afectivas. Realmente el título del taller es mucho más complejo: ‘Trascendiendo el miedo a ser felices: El especialismo en las relaciones afectivas‘. Yo, que soy una fanática del léxico, busco especialismo en el diccionario de la Real Academia y no existe, aunque sí encuentro especialista -que cultiva o practica una rama determinada de un arte o una ciencia-. Así que me parece vislumbrar que va a hablarnos de lo que nos hace destacar en nuestras relaciones personales.
Y no me equivoco. Comienza hablándonos de nuestros padres como maestros pero no sólo de lo que nos gusta, conecta con ellos o admiramos. Esa es la zona segura. Cuando me quiero dar cuenta ya me ha sacado de ella y describiendo a la madre, entrega y miedo, describiendo también a mi madre, me toca directamente al enfrentarme a su maestría, esa que nunca supe valorar por teñirla de connotaciones negativas, muy vinculadas a un papel tradicional de la mujer que siempre he rechazado.
Y me descubro profundamente emocionada, al reconocer a mi madre, el valor de maestra que siempre le he negado. Y entiendo que debo empezar a trabajar en ese sentido. Miramos permanentemente al otro, nos cuenta Joaquina, en lo que consideramos sus errores, sin darnos cuenta que sólo nos revela nuestros propios errores. Y recuerda que todos somos alumnos y maestros al mismo tiempo, así que yo entiendo ahora que mi madre también se ha enfrentado a su propio aprendizaje, a su miedo al observar mi independencia y capacidad de tomar importantes decisiones desde muy joven. Los defectos que yo le he adjudicado son fruto de no considerarla alumna. ‘Cuando creemos que el otro es diferente a nosotros, le adjudicamos errores’, asevera. Cuando nos damos cuenta de que somos todos iguales, no vemos el error sino el proceso de aprendizaje que nunca abandona al ser humano.
Cuando elegí el título de este pequeño artículo pensé en Joaquina e inmediatamente en mi madre. Algo está cambiando. Estoy en disposición de aprender.
Autora: Lourdes Repiso