¿Pautas? ¿Normas? ¿Autoridad?
¿Cómo? ¿Por qué? ¿Para qué?
Decíamos en la primera parte de este artículo que en las madres y en los padres pueden aparecen dudas a la hora de tomar una decisión en las pautas de crianza hacia los hijos pero que esto es condición humana y que pensar y luego modificar es menos perjudicial que dejar que decida la “inercia” de los acontecimientos.
Para los infantes, no cabe duda, que es más beneficioso que nosotros mantengamos ese perfil decisorio y protector, aunque en algún caso vaya seguido de un cambio de intervención. Y eso es mucho mejor que dejarlo pasar, no pensar en ello y seguir actuando improvisadamente.
¿Por qué es mejor, incluso, modificar una decisión? Porque ante nuestros hijos continuaremos siendo fuertes, aunque humanos, (pensamos y volvemos a decidir) e indirectamente y de esta forma les brindaremos nuestro saber, nuestra protección y nuestro cariño. Y este acogimiento, porque somos nosotros los que vemos lo más conveniente para ellos, va a ir produciendo internamente en los niños una serenidad y una tranquilidad que va a ir derivando en una seguridad básica de sí mismos.
No temamos ser firmes pero intentemos no confundirnos y convertirnos en “inflexibles”. También en estos casos (que igualmente aparecen) habremos de servirnos del realismo y del sentido común.
Las intervenciones inflexibles en nuestras pautas de educación para con nuestros infantes pueden derivar de una “idea-patrón” que nos habla a modo de “Pepito Grillo”( “Modificar una decisión me deja en un lugar inadecuado, inseguro ante mis hijos…”,”Voy a perder su respeto…”) , cuando seguramente estas ideas-patrón suelen ir ligadas a una exigencia propia, a la de cómo uno “debe” de conducirse con los hijos, y cierta severidad consigo mismo a la hora de poder admitir alguna duda o algún error.
Este aspecto, por otro lado, como cuestionarnos el criterio o cambiar de decisión, es totalmente entendible porque “no somos perfectos ni omnipotentes”; somos seres humanos y también en el ejercicio de la autoridad parental podemos dudar y errar.
La permisividad o “blandura” a la hora de conducirnos, en lugar de mantener la firmeza ante nuestros hijos, suele estar asociada , igualmente, a temores propios de perjudicar, tales como: “no deseo hacerles sufrir…” “no puedo verle llorar…”, «lo que más deseo en este mundo es hacer feliz a mis hijos…”; temores, asimismo humanos, producto de no estar ejerciendo adecuadamente el rol materno-paterno. Sería la otra cara de la misma moneda, de la actitud señalada antes; esto es, por temor a errar no decidimos, dejamos que “nadie decida” o que se imponga la inercia del propio infante, permitiendo que éste “haga” o “no haga” una acción que, si bien puede ser placentera para él, no le es necesaria ni conveniente para su desarrollo y aprendizaje.
En este sentido podría haber una creencia de que la frustración a los niños que deriva de una pauta o una norma, origina disgustos y enfados en ellos. Y sí, es cierto que toda frustración y aprendizaje de hábitos y normas de convivencia desencadena emociones desagradables (tras la frustración, angustia, rabia, tristeza, etc.) pero a la vez, experimentada en su justa medida, facilita e impulsa la madurez y el deseo de crecer. Les va haciendo más tolerantes a la realidad, les endurece, les organiza y les estructura emocionalmente.
El famoso “dejar hacer” confunde, desorganiza, deja sin pilares al ser humano y también sin la protección y el apego de sus padres, de sus cuidadores.
Las madres y los padres no somos “colchoncitos de plumas”. Somos cuidadores, protectores que acogemos y que deseamos el crecimiento de nuestros hijos. Les ofrecemos espacios de cariño y de gratificación (alimentación, higiene, juegos, paseos, charlas….) y así mismo les ofrecemos formas de manejarse y de defenderse en la vida y en la sociedad que les ha tocado vivir (“lo que se puede hacer”, “lo que no se puede hacer”, “lo mejor”, ”lo peor”, “lo necesario”….). De adolescentes tendrán ocasión de criticarlas y de adultos de intentar modificarlas si lo consideran.
Con este escrito me gustaría dejar un hilo de argumento para la reflexión acerca de las manifestaciones de la autoridad como función protectora y de acogida hacia los más débiles y vulnerables, los niños, así como de ayuda para facilitar su discriminación entre los roles de “ser niño” y “ser adulto”, y potenciar con ello su deseo de crecer; sin precipitaciones, sin quemar etapas, viviendo cada fase del proceso natural de desarrollo.
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