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Vínculos Padres – Hijos (Segunda parte)

Publicado el 12/12/2012 por Irune Gómez

¿Pautas?    ¿Normas?   ¿Autoridad?

¿Cómo?   ¿Por qué?   ¿Para qué?

Decíamos en la primera parte de este artículo que en las madres y en los padres pueden aparecen dudas a la hora de tomar una decisión en las pautas de crianza  hacia los hijos pero que esto es condición  humana y que pensar y luego modificar es menos perjudicial que dejar que decida la “inercia” de los acontecimientos.

Para los infantes,  no cabe duda, que es más beneficioso que nosotros mantengamos ese perfil decisorio y protector, aunque en algún caso vaya seguido de un cambio de intervención.  Y eso es mucho mejor  que dejarlo pasar, no pensar en ello y seguir actuando improvisadamente.

¿Por qué es mejor, incluso, modificar una decisión?  Porque ante nuestros hijos continuaremos siendo fuertes, aunque humanos, (pensamos y volvemos a decidir)  e indirectamente y de esta forma les brindaremos nuestro saber, nuestra protección y nuestro cariño. Y este acogimiento, porque somos nosotros los que vemos lo más conveniente para ellos,  va a ir  produciendo internamente en los niños una serenidad y una tranquilidad que va a ir  derivando en una seguridad básica de sí mismos.

No temamos ser firmes pero intentemos no confundirnos y convertirnos en “inflexibles”. También en estos casos (que igualmente aparecen) habremos de servirnos del realismo y del sentido común.

Las intervenciones inflexibles en nuestras pautas de educación para con nuestros infantes pueden derivar de una “idea-patrón” que nos habla a modo de “Pepito Grillo”( “Modificar una decisión me deja en un lugar inadecuado, inseguro ante mis hijos…”,”Voy a perder su respeto…”) , cuando seguramente estas ideas-patrón suelen ir ligadas a una exigencia propia,  a la de cómo uno “debe” de conducirse con los hijos, y cierta severidad consigo mismo a la hora de poder admitir alguna duda o algún error.

Este aspecto, por otro lado, como cuestionarnos el criterio o cambiar de decisión, es totalmente   entendible porque “no somos perfectos ni omnipotentes”; somos seres humanos y también en el ejercicio de la autoridad parental podemos dudar y errar.Fotografía de varios niños y niñas

La permisividad o “blandura” a la hora de conducirnos, en lugar de mantener la firmeza ante nuestros hijos, suele estar asociada , igualmente, a temores propios de perjudicar, tales como:   “no deseo hacerles sufrir…”  “no puedo verle llorar…”,  «lo que más deseo en este mundo es hacer feliz a mis hijos…”; temores, asimismo humanos, producto de no estar ejerciendo adecuadamente el rol  materno-paterno. Sería la otra cara de la misma moneda, de la actitud señalada antes; esto es, por temor a errar no decidimos, dejamos que “nadie decida”  o  que se imponga la inercia  del propio infante, permitiendo que éste “haga” o “no haga” una acción que, si bien puede ser placentera para él, no le es necesaria ni conveniente para su desarrollo y aprendizaje.

En este sentido podría haber una creencia de que la frustración a los niños que deriva de una pauta o una norma, origina disgustos y enfados en ellos. Y sí, es cierto que toda frustración y aprendizaje de hábitos y normas de convivencia desencadena emociones desagradables (tras la frustración, angustia, rabia, tristeza, etc.) pero a la vez, experimentada en su justa medida, facilita e impulsa la madurez y el deseo de crecer. Les va haciendo más tolerantes  a la realidad, les endurece, les organiza y les estructura emocionalmente.

El famoso “dejar hacer” confunde, desorganiza, deja sin pilares al ser humano y también sin la protección y el apego de sus padres, de sus cuidadores.

Las madres y los padres no somos “colchoncitos de plumas”. Somos cuidadores, protectores que acogemos y que deseamos el crecimiento de  nuestros hijos. Les ofrecemos espacios de cariño y de gratificación (alimentación, higiene, juegos, paseos, charlas….) y así mismo les ofrecemos formas de manejarse y de defenderse en la vida y en la sociedad que les ha tocado vivir (“lo que se puede hacer”, “lo que no se puede hacer”, “lo mejor”, ”lo peor”, “lo necesario”….). De adolescentes tendrán ocasión de criticarlas y de adultos de intentar modificarlas si lo consideran.

Con este escrito me gustaría dejar un hilo de argumento para  la reflexión acerca de las manifestaciones de la autoridad como función protectora y de acogida hacia los más débiles y vulnerables, los niños,  así como de  ayuda para facilitar su discriminación entre los roles de “ser niño” y “ser adulto”, y potenciar con ello su deseo de crecer; sin precipitaciones, sin quemar etapas, viviendo cada fase del proceso natural de desarrollo.

Si tienes alguna duda o te apetece que hablemos en el blog de algún tema en particular escríbemelo en un comentario. Nos encanta recibir feedback en La Mujer Pulpo.

Autora: Raquel Ruiz

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